«Antes de mí, no fue cosa creada
sino lo eterno, y duro eternamente.
Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza».
Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de una puerta;
y yo: «Maestro, es grave su sentido».
Y, cual persona cauta, él me repuso:
«Debes aquí dejar todo recelo;
debes dar muerte aquí a tu cobardía.
Hemos llegado al sitio que te he dicho
en que verás las gentes doloridas,
que perdieron el bien del intelecto».
Luego tomó mi mano con la suya
con gesto alegre, que me confortó,
y en las cosas secretas me introdujo.
Allí suspiros, llantos y altos ayes
resonaban al aire sin estrellas,
y yo me eché a llorar al escucharlo.
Diversas lenguas, hórridas blasfemias,
palabras de dolor, acentos de ira,
roncos gritos al son de manotazos,
un tumulto formaban, el cual gira
siempre en el aire eternamente oscuro,
como arena al soplar el torbellino. […]
Y he aquí que viene en bote hacia nosotros
un viejo cano de cabello antiguo,
gritando: «Ay de vosotras, almas pravas,
no esperéis nunca contemplar el cielo;
vengo a llevaros hasta la otra orilla,
a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego».
Blasfemaban de Dios y de sus padres,
del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente
que lo sembrara, y de su nacimiento.
Luego se recogieron todas juntas,
llorando fuerte en la orilla malvada
que aguarda a todos los que a Dios no temen.
Carón, demonio, con ojos de fuego,
llamándolos a todos recogía;
da con el remo si alguno se atrasa.
Como en otoño se vuelan las hojas
unas tras otras, hasta que la rama
ve ya en la tierra todos sus despojos,
de ese modo, de Adán las malas siembras
se arrojan de la orilla de una en una,
a la señal, cual pájaro al reclamo.
Así se fueron por el agua oscura
y aún antes de que hubieran descendido
ya un nuevo grupo se había formado.
Dante Alighieri
Divina comedia, Cátedra
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